Quédense
con este nombre:
Miguel
Herrero. Quizás le vieron participar en el concurso Soy el que más sabe de
televisión del mundo (Cuatro), donde demostró que no ve la tele, la
devora. La vive, le apasiona y le emociona. Y sabe muchísimo de ella. Bastan
unos minutos para darse cuenta de que se ha hecho un máster de presentador por
la patilla, pegado a la pantalla del televisor. Aprendiendo de los mejores. Por
eso se comporta ante la cámara como el yerno televisivo ideal, para gustar a
las madres mientras suelta guiños cómplices y gamberros para seducir al público
joven. Y hasta tiene su propia coletilla (“Historia de la televisión”), que
pronuncia con énfasis al compás de su dedo índice y que repite una y otra vez
pidiendo guerra. Su voz, sus gestos y su saber estar son cien por cien
televisivos. Y hasta al hablar recuerda al maestro Chicho Ibáñez- Serrador a
quien, por cierto, guarda devoción e imita con maestría.
Me
dicen que trabaja como recepcionista en un hotel y pienso que lo hace para tener
algo interesante que contar en las entrevistas, cuando se convierta en la
estrellaC televisiva que está condenado a ser. Como cuando los actores que
triunfan en las series hablan en las revistas de sus tiempos sirviendo copas. Se
las sabe todas este Miguel Herrero. En Castilla y León ya le han descubierto.
Al chaval le han puesto en uno de esos magazines de tarde al frente de una sección
nostálgica (La tele de Miguel) que ha convertido en el mejor y más
divertido repaso televisivo de la historia catódica de España, sólo superado
por aquellos mitómanos programas de Guillermo Summers e Ignacio Salas (magia
televisiva). Herrero agasaja tanto a sus invitados con recuerdos de su pasado en
forma de vídeos y portadas de TP esquivadas al olvido (todo de su
colección privada), que ya han empezado a acudir en peregrinación viejas
estrellas de la tele asombradas porque les hagan una entrevista con cariño sin
que les griten, les ridiculicen o les insulten a cambio.
Junto
a él se sienta Cristina Camell (quédense también con este nombre), magnífica
profesional y alma máter del programa (Somos así), procedente del
circuito territorial de TVE, que si las grandes cadenas no se hubieran
abandonado a los más bajos instintos, hace tiempo disfrutaría de un programa
en alguna gran cadena estatal. Pero a la espera de que no haya que despojarse de
la dignidad (ni del vestido) para trabajar de presentadora en televisión hace
guardia en una garita autonómica presentando uno de esos deliciosos magazines
que antes las grandes televisiones reservaban a sus mejores profesionales (Jesús
Hermida es el gran ejemplo) y que hoy, simplemente, han dejado de existir.
Excepciones excepcionales como ésta al margen.
Gracias
al cable, el satélite e internet las teles pequeñas han dejado de ser el coto
privado de su comunidad autonómica. La banalización y el mal gusto de las
grandes han obligado a muchos espectadores a buscar refugio y descubrir, tantas
veces en el más inesperado punto del mapa, unos programas y unos profesionales
que te reconcilian con el medio. La televisión sin fronteras es hoy más
realidad que nunca.
CARLOS
MARCOS
Crítico de Televisión
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